Foto © Aina Climent Belart
El amor es lo que más deseamos tener y lo que más deseamos dar. Sin embargo, nadie se da cuenta de que a todas horas está siendo ofrecido y rechazado. Kahlil Gibran.
Una y otra vez observo que las personas que continúan aferradas a patrones de relación de dependencia, control, manipulación, celos y posesividad experimentan sufrimiento y aniquilan el amor. Hombres y mujeres nos estamos dando cuenta de que necesitamos crecer y madurar interiormente. ¿Qué deseamos las mujeres? Sentirnos libres, tomar decisiones, llevar las riendas de nuestra vida. Algunos lo viven como una amenaza cuando lo cierto es que no hay nada que temer, que eso que queremos para nosotras es lo que luego sabremos proporcionar a la pareja: espacio, libertad, intimidad, presencia.
Somos muchos los que deseamos aprender a amar incondicionalmente, conocer el amor verdadero. Con el tiempo he tomado plena conciencia de que necesitamos toda una vida para aprender a amar. Erich Fromm en El Arte de amar escribe sencilla y magistralmente que amar es un arte que requiere paciencia, cuidado, disciplina, responsabilidad y concentración. El amor es honestidad, silencio, conocimiento, respeto, libertad, confianza y entrega, en primer lugar en relación a uno mismo y luego con el otro.
En palabras de Rainer Maria Rilke: “El amor de un ser humano hacia otro: esto es quizás lo más difícil que nos haya sido encomendado. Lo último, la prueba suprema, la tarea final ante la cual todas las demás tareas no son sino preparación”.
Así pues, amar es un arte, una práctica, una disposición. No se trata de “encontrar el amor”, como muchos creen, sino de aprender a amar. Se dice: “No me quieras tanto, quiéreme mejor”, y en verdad sería bueno convertirnos en comprometidos aprendices del amor en vez de quejarnos, reprochar, reclamar, coaccionar, celar. Hoy por hoy, si estamos solos o vivimos relaciones no correspondidas, conflictivas o tormentosas, si aún perseguimos o huimos de alguien, si nos molestan actitudes o comportamientos del otro significa que continuamos proyectando y resistiéndonos a partes propias, seguimos sin amarnos completa y profundamente, continuamos oponiendo resistencia al flujo de la Vida. Para amar es necesario aceptarse, ser auténtico y estar conectado, lo que favorece aceptar y apreciar al otro como es, sin intentar cambiarlo o mejorarlo.
Creemos que tenemos miedo a no ser amados, cuando en realidad a lo que le tememos es a amar y dejarnos amar. Hace falta verdadero coraje para A M A R. No me refiero al manido “amor”, ese mal amor que nos anega hasta ahogarnos y nos impide crecer, ni a los juegos de perseguir, huir, esconderse, defenderse y atacar. Amar es entregarse sin garantías, afirmar la vida y la libertad, permanecer abierto al otro. Hace falta confianza para atreverse a dejar de protegerse y fingir; para desplegar las alas, mostrarse, dejarse ver e intimar. Hay que perder el miedo a perderse en la relación, a abandonarse o ser abandonado, el miedo a ser atrapado o desaparecer. Hace falta coraje para dejar caer la coraza y los mecanismos defensivos a los que nos aferramos. Porque para amar hay que aceptar y apreciar la propia vulnerabilidad, estar abierto al otro, estar dispuesto a ser herido. Y desde la inocencia y la vulnerabilidad, permanecer indefenso y ser inofensivo, sin ofender, retirarse o herir. Rendirse a un amor sin defensas.
-¿Qué es el amor?
-La ausencia de miedo, dijo el maestro.
-¿Y qué es a lo que tenemos miedo?
-Al amor, respondió el maestro.
Foto © Aina Climent Belart
Dejarse amar no es fácil. Cuando nos amamos nos sentimos merecedores de ser amados. Cuando me amo me dejo amar, y distingo entre lo que es y lo que no es amor. Se precisa apertura y disponibilidad amorosa, ser receptivo y abrirse a recibir, sentirse permeable y abierto a la vida.
Cabe preguntarse: ¿Cómo me opongo al amor? ¿De qué maneras boicoteo el dejarme amar? ¿Cómo me resisto al amor? Y saber que reprochar, acusar, quejarse, poner pegas, rechazar, ver lo que falta en vez de lo que hay; sentirse fastidiado, buscar pelea o conflicto, imponerse, victimizarse, perseguir, huir… son señales claras de que uno no se deja amar. Lo que entorpece o dificulta el flujo del amor son las posturas defensivas del ego: competir, juzgar, criticar, menospreciar, proyectar. Es preciso deponer las armas, soltar el cable de guerra, los juicios, comparaciones, tener razón, enfadarse, imponerse, el pulso, la negatividad, los juegos de artificio. Amar es decir sí al otro tal como es, sí a la relación. Implicarse. Confiar en que el otro desea mi bien, lo mismo que yo deseo para él.
Y para ello, necesitamos primero tener un corazón limpio, vacío de viejas heridas, dolores y rencores. Y ser dueños de nosotros mismos; validarnos, saber lo que queremos y confiar en la Vida de manera que perdamos el miedo a amar y dejarnos amar. Es preciso haber creado un lugar dentro de uno mismo donde nos dejamos amar, porque estamos aprendiendo a amarnos incondicionalmente, y aceptamos con gusto gestos de cariño, regalos, sorpresas… y los agradecemos. Ya no nos resistimos al amor.
Hay que estar dispuesto a ver y derribar una y otra vez los muros que impiden la conexión de los corazones. Dejar caer las defensas del ego, los juicios, posicionamientos, expectativas y proyecciones que arruinan el fluir del amor. No es sino viendo la viga en uno mismo y no la paja en el ojo ajeno que podemos crecer. Reconocer aspectos propios que vemos en el otro, integrar las proyecciones para que la sombra vaya menguando y el consciente gane terreno al inconsciente, lo que allana el camino y evita numerosos conflictos. Viendo mis errores todo fluye y confluye, y eso es algo que está en mis manos.
Amar implica respetar los propios ritmos, sentimientos, necesidades… y también los del otro. Sentirse libre y a la vez comprometido. Soltar apegos. Ser valiente para decir lo que a uno no le gusta o no le va bien, valiente para decir sí a la vida, sí al otro y al proyecto en común. Amar es decir “lo siento”, tener el coraje de decir “me he equivocado”, perdonarse y perdonar. Ser generosos, compartir y participar. Colaborar en vez de competir. Apreciar en lugar de comparar. Respetarse y respetar. Amar es estar presente, tener tiempo y disponibilidad para el otro, cuidarle. Ver su esencia, y también sus mecanismos defensivos con paciencia, tolerancia, aceptación y comprensión. En momentos de crisis o desencuentros, relajarse en el dolor o la desilusión con el corazón abierto, sin defenderse ni atacar, descansar en la dulzura del corazón permaneciendo en el “no saber”.
Para amar y dejarse amar es preciso dejar la arrogancia de creerse autosuficiente, tener la humildad de necesitar algo del otro y saber pedir, aceptando un no por respuesta. Cada uno ha de hacer su camino, sus proyectos, sentir su deseo y actuar en consecuencia. Se ha de ser uno mismo en la relación íntima, tomase espacio, expresar lo que se siente y necesita. Y saber discernir cuándo es mejor callar y cuando hablar, ser oportuno en los requerimientos. Sentirse libre, soltar el miedo, manifestarse, expresarse. Renovar la fe en el vínculo: generar más amor y menos miedo, más apertura y menos defensas. Cuando amamos y somos amorosos nos sentimos llenos de vida. Amar es una decisión: querer conocer al otro en profundidad, día a día. Alguien que te conozca y acepte tus límites, manías y neuras sin juzgarlas ni alentarlas. Alguien a quien dar libertad y mirar con buenos ojos, dejarle ser, tratarle bien.
Foto © Aina Climent Belart
Es bueno mantener en la medida de lo posible el estado de apertura del enamoramiento, y amar al ser real y no la imagen que proyectamos, nuestro masculino o femenino internos. Hemos de despertar del sueño del ideal de pareja. El, ella, no es “el ideal”, es un hombre real, una mujer real, es el que es. El otro no tiene eso que yo creo que debería tener, ni yo tengo eso que él o ella quieren. Somos seres enteros, no nos completamos mutuamente. Con suerte, podemos darnos algo de lo que buenamente nos pedimos, sin exigencias. Demasiada idealización y expectativas socavan y hunden la relación. Y la indiferencia la mata lentamente. Hay que rendirse ante el otro tal como es, valorar y apreciar lo que hay, lo que sucede en el fluir de la relación. Cuando no acepto al otro como es me violento a mí misma. Cuando hago un juicio me enjuicio, cuando rechazo, me rechazo. Me violento con juicios, expectativas, miedos, aversión, no aceptación. Una y otra vez, hay que comprender y no juzgar. Discernir entre cuándo soltar y dejarlo correr, y cuándo es buen momento para expresarse y abordar las diferencias.
El amor es juego, risas, ternura y alegría, y va unido al sentido del humor, lo que a su vez favorece el amor. La seriedad y rigidez son actitudes que pertenecen al ego. Si nos reímos de nosotros, de nuestras manías y de las del otro (limpiamente, sin herir) la corriente de energía sigue fluyendo, aún en el desencuentro. Ser un buen compañero, alguien que sabe escuchar y en quien se puede confiar; a quien contarle sueños, temores, viejas heridas y nuevas comprensiones. Experimentar la deliciosa sensación de sentirse amado, cuidado, saber que a tu pareja le importa tu bienestar, tus proyectos, sueños, temores, procesos y transformaciones. Y a su vez, alentar sus proyectos e ilusiones, acompañarle y apoyarle en su caminar, llevarle hacia sí mismo. Y saber que habrá momentos en los que te gustaría estar más cerca de lo que estáis y otros en los que te gustaría estar más lejos emocionalmente.
También son necesarios los “momentos refugio”, tiempo de sagrado silencio para conectarse, respirar y confiar en la sabiduría del cuerpo y del alma. Momentos de pura presencia e intimidad, a solas. Instantes Santos exentos de pasado. Puesto que el amor es estar presente para el otro, si no puedo estar presente para mí, no puedo estar presente para nadie. Así pues: ¿Estás dispuesto a estar desnudo ante ti mismo, sin velos ni añadidos? Y más aún: ¿Estás dispuesto a estar desnudo frente al otro, desde la conciencia de la impermanencia, sabiendo que antes o después lo terminarás perdiendo?
Y vivir, como expresa Rilke: “Este amor más humano, que se consumará con delicadeza y dulzura infinitas -imperando luz y bondad, así en el unirse como en el desligarse- se asemejará al que vamos preparando entre luchas y penosos esfuerzos: el amor que consista en que dos soledades se protejan, se deslinden y se saluden mutuamente…“
La manifestación arquetípica por excelencia del amor en pareja es la intimidad sexual, la expresión de la unión sagrada de el dios Shiva y la diosa Śatki, la unidad del yin y el yang que conforman las polaridades de la existencia. El éxtasis de la fusión de dos cuerpos y dos almas desnudas frente a frente, sin máscaras ni velos, en profunda inter penetración, entrega, gozo y confianza es una alquimia sagrada, sanadora y trascendente del cuerpo y del alma. Hay que hacer el amor a menudo desde el ser que se es. En conexión con la esencia, experimentamos un amor hecho de piel, huesos, corazón y espíritu. Y desde la conciencia de la respiración, podemos llevar la energía sexual desde los genitales hacia el pecho, y de ahí a la mirada, iluminando el corazón con la energía vital y sintiendo el circuito de energía amorosa que fluye entre ambos. En ese espacio interno compartido donde reside la luz irradiante de la presencia y la confianza brota y florece la verdadera intimidad, conexión y unidad.
La verdadera meta de la existencia,
no consiste en amar,
tampoco consiste en dejarse amar.
Consiste simple y llanamente
en convertirse en amor.
Thomas Schied
no consiste en amar,
tampoco consiste en dejarse amar.
Consiste simple y llanamente
en convertirse en amor.