Entre Ríos para amar.”
CHAMARRITA
R. DOBLE
De Francisco Alvero, EL JUGLAR
de los CAMINOS MUSICALES
“Con
mi guitarra he venido, A entregar aquí mis coplas,
Coplas
de amor a Entre Ríos. Mezcla de amor y victoria.
Entre
Ríos de mi sangre, Entre Ríos para amar
Quien
no conozca Entre Ríos, que espera para llegar?
Exalto
al pueblo profundo, Patriota y bien decidido,
Hijo
de Pancho Ramírez, caudillo y prócer argentino.
Entre
Ríos de mi sangre, Entre Ríos de mi ser
Canto
y gloria a mi Entre Ríos, Sapucai de hoy y ayer.”
Entre Ríos de mi sangre, Entre Ríos de mi flor
Cuánto adoro a mi Entre Ríos, Por destino de cantor
Cuánto añoro a mi Entre Ríos, Y a mi guainita, mi
amor.
Cuando me voy a Entre Ríos, Meta canto y meta amor
Hasta la guitarra crece, Con cintura de arrebol
Hasta la guitarra crece, Meta vino y meta amor.
Entre Ríos de mi sangre, La novia del Paraná
Discúlpeme gran Ramona, Pero estoy cantando acá.
Discúlpeme gran Ramona, Su canto no morirá
Entre Ríos, mi soñar!
Entre Ríos, Entre Ríos para amar!
Entre Ríos, palpitar!
La esperanza, la esperanza en el andar!
Cómo no cantar la
dicha De abrazarte litoral
Entre Ríos de mi
sangre, La novia del Paraná!
Entre Ríos, Entre
Ríos, Entre Ríos para amar!
“Entrerriano
a mucha honra, Patriota, como el que más!
Desde
los tiempos de Rosas, Una herida sangra ya!
Es
que esa lucha intestina, Cuánto nos supo costar!
Que
Nunca Más se repita, la desunión, es mortal.
Entre Ríos de
mi sangre, Entre Ríos de mi flor
Si
canto con tanto amor, Es porque entrerriano soy!
Con
mi poncho y mi guitarra, simplemente soy cantor,
Que
viva la Patria grande! Flor de la liberación!”
Pa’ los tiempos de la boga, yo me voy pa’ allí a
acampar
Y llevando mi guitarra, las noches no hallan final
Y trayendo una acordeona, para que les viá contar.
Con mi guaina y mis perritos, acampo en cualquier
lugar,
Entre Ríos, cosa bella, te me vas a enamorar
Entre Ríos, cosa bella, que nunca te olvidarás.
Entre
Ríos de mi sangre, porque fui engendrado acá.
Y si nací en Buenos Aires, ha sido por no esperar
Y si nací en Buenos Aires, la inspiración fue de
acá.
Entre Ríos, de mi
flor! Entre Ríos, por tu culpa soy cantor!
Entre Ríos, cara al
sol! La esperanza, la esperanza brilla más!
Cómo no cantar la
dicha De abrazarte litoral
Entre Ríos de mi
sangre, La novia del Paraná!
Entre Ríos, Entre Ríos, Entre Ríos para amar!
El amor trágico de Pancho Ramírez por una cautiva y la tristeza de una novia abandonada que esperó toda la vida
Francisco “Pancho” Ramírez, el caudillo entrerriano, dedicó su vida a construir su poder en el litoral en las primeras décadas del siglo 19. El día que conoció a la Delfina, una pelirroja cautiva de misterioso origen y que peleaba como un soldado, dejó a su prometida para vivir una gran pasión. Murió al intentar rescatar a su amor en pleno campo de batalla. La mujer con quien se había comprometido nunca dejó de amarlo
Hasta que la muerte los separe. Ese deseo que se prometen los enamorados, Pancho y la Delfina lo cumplieron al pie de la letra. Pancho era Francisco Ramírez, el Supremo Entrerriano, título que nunca quiso usar, aunque se lo había ganado en buena ley. Y Delfina había sido una cautiva de la que se enamoraría perdidamente y que sería su compañera, en las buenas y en las malas.
La de 1810 y 1820 fue una década en la que Ramírez vivió intensamente. Había nacido en el Arroyo de la China, hoy Concepción del Uruguay, el 13 de julio de 1786 y había tomado las armas cuando estalló la revolución de Mayo, en 1810. Combatió junto a José Gervasio de Artigas en la Banda Oriental y luego lo acompañó en las luchas contra el Directorio, porteño y centralista.
Ramírez, al desplazar al delegado de Artigas, se hizo dueño de su provincia, rechazó a dos ejércitos enviados desde Buenos Aires, y paró un intento de invasión a sus tierras de los portugueses. No era producto de la suerte: Ramírez disponía del ejército más disciplinado del interior. No lo decía él, sino que el elogio venía de genios militares, como es el caso del general José María Paz.
Junto a Estanislao López, volverían a pelear contra Buenos Aires cuando dictó la Constitución unitaria de 1819, terminarían derrotando a José Rondeau en Cepeda el 31 de enero de 1820 y firmaría el Tratado del Pilar, el primero en reconocer el sistema federal. El que se sintió marginado fue Artigas, ya que el Tratado excluía a la Banda Oriental. Esto llevó a que Ramírez se enfrentase con su antiguo jefe quien, derrotado, se exiliaría de por vida en el Paraguay.
El país vivía una profunda anarquía y los porteños vieron horrorizados, en febrero de 1820, cuando López y Ramírez ataron sus caballos en las rejas que rodeaban a la Pirámide de Mayo.
Ramírez proclamó la República de Entre Ríos, que comprendía Corrientes y Misiones. Se erigió como jefe supremo de la república, y hasta dictó una constitución.
El Tratado de Benegas, firmado por Buenos Aires, Santa Fe y Córdoba, lo dejó afuera al entrerriano. Los recelos entre los caudillos lo llevaron a enfrentarse con el cordobés Bustos y el santafecino López. Y eso marcaría su fin.
El amor
Fue en 1818 cuando, en Paysandú, se deslumbró con una pelirroja llamada María Delfina, o Delfina a secas, a la que habían tomado como cautiva. No se sabe si era brasileña o portuguesa, si en realidad venía de una familia aristocrática, era la hija bastarda de un alto funcionario o simplemente una soldadera, aquella mujer que seguía a los soldados.
Tan prendado quedó Ramírez que terminó rompiendo su compromiso con Norberta Calvento, hermana de su mejor amigo, cuyas familias se conocían de toda la vida en Concepción del Uruguay. Todos daban como un hecho natural que Francisco y Norberta terminarían en el altar. Pese al desplante, Norberta igual lo esperó.
De Delfina pocos son los datos que quedaron en la historia. Solo se sabe que desde el día que se conocieron combatió vistiendo uniforme militar a la par de Ramírez. En el campo de batalla era un soldado más, lo que se convertiría en la perdición del caudillo entrerriano.
El fin
El 10 de julio de 1821 Ramírez, debilitado militarmente, intentaba llegar con escasos 200 hombres a Santiago del Estero. Pero ese día, muy cerca de Las Piedritas de Río Seco, en Córdoba, debió combatir casi durante horas contra las fuerzas de López y de Bustos, que lo superaban en número.
En desventaja, intentó huir, cuando se percató que Delfina había sido capturada por el enemigo. Entonces, sin pensarlo, lanza en mano, arremetió solo contra el grupo que retenía a su mujer. Rodeado por soldados enemigos, el capitán Maldonado lo mató de un tiro a quemarropa, que impactó en su pecho. Su caballo siguió cabalgando un trecho con el cuerpo inerte de Ramírez. Uno de sus soldados intentó recuperarlo cuando ya había caído a tierra, pero no alcanzó a hacerlo por la cercanía del enemigo.
Su cabeza como trofeo
El trompa de órdenes Nicolás Pedraza fue el encargado de decapitarlo. El cuerpo del infortunado Ramírez quedó en el campo de batalla, y su cabeza –clavada en una lanza- fue llevada a Villa de María de Río Seco, donde se la exhibió. De ahí, envuelta en piel de carnero, se la enviaron a López, en “señal de verdad”, como se dijo entonces.
El gobernador de Santa Fe le encomendó a su suegro, el doctor Manuel Rodríguez, embalsamarla. Rodríguez, que era uno de los pocos médicos que ejercía en la provincia, le cobró al estado provincial 42 pesos por sus servicios. Puesta en una jaula, primero la colgaron en el atrio de la iglesia de Santa Fe y luego en la entrada del cabildo. Todos debían convencerse de que el Supremo Entrerriano había muerto.
Que el propio gobernador López haya usado estos despojos como un pisapapeles en su escritorio de campaña forma parte de la leyenda. Lo que es cierto es que las campanas de las iglesias de Buenos Aires repicaron, festejando su muerte cuando unos días después se conoció la noticia. “Este fin tienen todos los tiranos”, escribió Juan Manuel Beruti en sus Memorias curiosas.
Por fin, acordaron enterrarla. Eran muchos los que se horrorizaban ante semejante espectáculo, pero no deseaban contrariar a la autoridad. Por las dudas, lo hicieron de noche, en la Iglesia de la Merced, en la actualidad Nuestra Señora de los Milagros, donde se realizaron estudios para localizar esos restos, ya que el año próximo se conmemorará el bicentenario de su muerte.
Delfina, la infortunada compañera, ayudada por oficiales de Ramírez, había logrado escapar a Santiago del Estero. Con el tiempo, iría a vivir a Concepción del Uruguay, donde falleció, soltera, el 28 de junio de 1839.
En 1827 Justo José de Urquiza mandó construir una pirámide, colocada en la plaza de Concepción del Uruguay, en homenaje a Ramírez. Y en el lugar donde murió y se le cortó la cabeza, hoy hay un monumento.
La que sobrevivió, en esta suerte de triángulo amoroso fue Norberta, quien murió el 22 de noviembre de 1880, a los 90 años. Había permanecido soltera, vistiendo riguroso luto, encerrada en su casa -en la que siempre había esperado el regreso de Ramírez- cuidada por una sobrina.
Como mortaja, le habrían colocado el hábito de las carmelitas, aunque otra página un tanto más romántica de un idilio que no fue, nos dice que pudo ser enterrada con su vestido de novia, que aún conservaba. Porque así, de una u otra forma, iría, por fin, al encuentro del amor de su vida.
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